Comienza el mes de abril. Son las ocho de la mañana, y el calor es asfixiante. Quema tempranamente veintiocho grados de temperatura, la sensación térmica se eleva hasta los treinta. El bochorno envuelve las calles. Y un señor montado en una bicicleta despintada pedalea lentamente por la avenida Venezuela, en Lima. Sostiene con firmeza los últimos tres diarios El Comercio que debe entregar sin demora. El tiempo pasa volando, y empieza a angustiarse, porque tiene que llegar puntual a la urbanización vecina poco antes de las nueve. Después, tendrá que regresar para supervisar sus cinco puestos de venta. Todos han sobrevivido al holocausto digital.
El camino se lo sabe de memoria: ha recorrido sin parar —entre idas y vueltas— durante más de cincuenta años. Cada día repite el mismo trayecto. Conoce cada curva y cada callejón. Sabe que tiene que atravesar algunas casas sin tarrajear, evadir algunos baches de la pista principal y bajar la velocidad cuando se cruza con algunas mascotas callejeras que fijan su mirada en su paso. Durante décadas, ha desarrollado una conexión con ese camino: cada ángulo y cada detalle se encuentran grabados en su memoria como un mapa.
Acelera y frena al compás de los ladridos. Don Pablo, cargando sus años de experiencia repartiendo periódicos, esquiva hábilmente los autos impacientes que abren paso en medio del intenso tráfico. Acaban de iniciar las obras para la construcción de las estaciones Elio y La Arbolada de la Línea 2 del Metro de Lima: su ruta de golpe cambió. La última vez que tuvo que cortar ruta fue cuando un cliente dejó de pedirle un Perú21 hace unas semanas. Con este, son tres diarios menos que entregar desde que empezó el año. La ruta cotidiana, que antes parecía expansiva y llena de oportunidades, se va acortando.
Sabe que mientras siga con vida, los periódicos seguirán existiendo también. Son un complemento inseparable en su vida, aunque es consciente de que todo tiene su final. El tiempo socaba su vitalidad, al igual que paulatinamente disminuye la venta de periódicos. Sus fuerzas se agotan. Quizás sea la razón por la que se inquieta cuando le preguntan si tiene planes de retirarse algún día. Se niega rotundamente, porque no lo hará: es una idea absurda, un chiste. La única forma en la que se retirará es cuando se encuentre con la muerte. Será el destino quien decida qué ocurrirá primero: el final de su experimentada vida o el final de los diarios que vende incansablemente todos los días.
Pero no hay tiempo para reflexionar sobre eso. Mientras avanza raudamente por la avenida, los periódicos se agitan frenéticamente, desafiando al viento que amenaza con llevarse las palabras de tinta negra hacia al olvido. Dentro de unas horas, esos mismos periódicos serán destinados a envolver pescado. Será inservible: es la verdadera razón que lo apremia. En algunos de esos ejemplares, se narra precisamente lo que él mismo presencia mientras pedalea: «Cierre de la avenida Venezuela debido a la construcción de Línea 2 del Metro de Lima». Una obra de la que todos los limeños lo toman como motivo de burla y risa para no llorar. Una obra que lleva años, que sigue dejando a numerosos distritos de la capital amontonados en un lugar: en el caos y la congestión natural de la capital.
En el diario Trome se informa que durará tres años, pero Don Pablo no se deja engañar. No es tonto. Ha leído tantos diarios —y lo han acompañado durante casi toda su vida— que conoce a la perfección las historias de las familias que llevan esperando durante más de cinco años la apertura de las vías que le fueron clausuradas: postergándolas indefinidamente. La promesa de contar con un pequeño tramo del servicio aún no se ha hecho realidad.
Él ahora convive con esa noticia. Observa cómo los automóviles se amontonan en armonía con la melodía de las bocinas y los insultos que van congestionando la avenida. La misma situación se reflejaba en la mayoría de los diarios que llevaba en su canasta: es la noticia de hoy.
Se considera como el último eslabón de la cadena informativa. No es periodista, pero comprende que tiene el poder de transmitir la información en beneficio de la sociedad. Es el canal indispensable, aunque a él no le gusta describirlo de esa manera. Ya se considera viejo; y sabe que, junto con su partida, también se llevará a los periódicos hasta la tumba.
Porque si pudiera enfrentar a su peor enemigo, probablemente sería derrotado en un instante. Utiliza un celular antiguo para jugar al clásico juego de la serpiente en un celular que solo le permite para llamar y mandar mensajes de texto. Su otro celular, el táctil, permanece en el puesto de ventas central, y lo utiliza para ver videos. Se atreve a presionar con dificultad el botón de YouTube, especialmente en aquellos momentos donde no vende, en los que las ventas se detienen, y las personas aprovechan para leer los titulares durante unos breves segundos antes de que el semáforo cambie a rojo y puedan cruzar la calle.
Todo ha cambiado. Pocos compran periódicos. Desde que las ventas empezaron a disminuir en un sesenta por ciento, la realidad de Don Pablo ha cambiado por completo. Ya no es como antes. La llegada de internet y el acceso gratuito a la información en los teléfonos móviles ha transformado por completo el panorama. La información dejó de ser un producto. Todo es gratuito.
Hace unos años, se despidió de las revistas, luego de los libros, y recientemente de los coleccionables de los diarios. Ahora, en su estantería, saluda con aprecio la entrada de las golosinas, de los útiles domésticos, de los artículos para el hogar, de las bebidas y de las mascarillas que adornan su modesto puesto de latón pintado de amarillo descolorido. A pesar del cambio, don Pablo no se preocupa demasiado. Vive su vida como cualquier otro día en el negocio. Sin embargo, es inevitable que en ocasiones recuerde con nostalgia los momentos en los que vendía en promedio cien diarios El Comercio en toda la zona, mientras que ahora apenas llega a los cuarenta.
Recuerda con claridad su mejor año de ventas como si fuera ayer: en el instante donde pudo recuperar sus fuerzas, durante los primeros meses de cuarentena del 2020: su mejor año. En ese tiempo. a pesar de las restricciones, sus puestos podían seguir operando. Era uno de los rubros permitidos, aunque las ventas eran escasas. No vendían casi nada. A diferencia de su rutina de pedalear por las calles, fue en ese momento cuando se convirtió en un puesto ambulante solicitado por muchas casas de las urbanizaciones que rodeaban la avenida. Durante esos meses, experimentó felicidad, hasta el mes de julio. Nuevamente volvió a la normalidad, dejando atrás el breve triunfo de ventas.
Este año sigue marcando un declive en el negocio. Don Pablo se mantiene en sincronía con los diarios que aún vende, pero ahora solo le queda un ejemplar por entregar. Desacelera y frena frente a su último destino. Entrega el pedido, sabe que probablemente pueda ser el próximo cliente que dejará de entregar. Es un anciano desaliñado, vestido en pijama, que abre la puerta que da al patio. Detrás de él, sus mascotas salen corriendo y empiezan a orinar las ediciones pasadas de El Comercio, que yacen esparcidas en el suelo. En ese momento, Pablo acaba de presenciar nuevamente lo que sostiene el negocio del periódico. Sabe que su propio destino podría acabar de la misma manera.
Comentarios
Publicar un comentario