Vivir en Secocha: El centro poblado de mineros informales que se llenó de tierra

Secocha quedó inundada por un huaico. Viviendas destrozadas, caminos de difícil acceso y pobladores enterrados es lo que se vive día a día. Fotografía: Diego Ramos | Agencia AFP


Durante años, en los desperdicios asentados en las tierras de las quebradas, familias han dado su máximo esfuerzo por encontrar preciados minerales. Cavan, perforan, extraen, rompen, cargan, trasladan, lavan y filtran sin descanso. Lo siguen haciendo. Aunque, durante estos días de febrero, no buscan lo que usualmente quieren encontrar: pedacitos de oro. Se empeñan en excavar para rescatar bienes materiales, herramientas, restos de sus viviendas y familiares. O por lo menos una parte de su cuerpo para que puedan alertar a los demás. Pero, si a pesar del esfuerzo, no se pueden remover los escombros que lo ocultan, solo queda esperar a los rescatistas para que se animen a ayudar.


Secocha —uno de los poblados afectados por un huaico en Arequipa— se asentó en una de las zonas menos recomendadas para vivir: una quebrada. Un conjunto de tierra de difícil movilización. Escarpados y distorsionados en el terreno. Invadidos por charcos de lodo, piedras y basura que de vez en cuando un vecino se atreve a tirar.


La quebrada San Martín, la que posa al norte, es muda. No avisa a pesar del ruido de la extracción minera. La minería informal se ejerce en medio del silencio. Durante casi dos décadas, la quebrada estuvo en espera de su activación para tragarse todo.


Por la noche del cinco de febrero, cuando apenas se empezó a divulgar el desastre, se daba la cifra aproximada de doscientas viviendas arrasadas por el huaico actualmente son más de seis mil viviendas que en su mayoría pertenecían a mineros informales. Moledores, volquetes, vehículos y cargadores pequeños de traslado minero fueron destrozados y arrastrados por el lodo. Sepultados e inoperables. Sesenta centros educativos fueron destrozados y hospitales se han visto seriamente dañados.


Su ubicación lo vuelve vulnerable. Está a más de cien kilómetros de Camaná, capital de la misma provincia de la que pertenece. Habitado por más de cinco mil pobladores. Familias se asentaron progresivamente por la necesidad económica. Desde su fundación se ha convertido en un epicentro de dependencia minera informal, especialmente de la recolección del oro en sus cuarenta y dos hectáreas. Es uno de los centros poblados más grandes a nivel nacional de extracción informal de oro, de la que brinda a toda su población estabilidad económica. 


Su informalidad es grande e incontrolable. Sobre todo en una zona agreste y de difícil movilización. Para combatir ello, hace unos años se formó la Asociación de Pequeños Productores Mineros, Mineros artesanales y Contratistas Secocha - Urasqui (ASSPMACSU), una organización que brinda información y promueve la formalidad para formar una minería apropiada para vivir, aunque hasta el momento, no hay resultados. El distrito Mariano Nicolás Valcárcel —donde se ubica Secocha— cuenta con cero mineros formales, según el Ministerio de Energía y Minas (MINEM). Misma información que comparte el Registro Integral de Formalización (REINFO), quien tiene cientos de iniciativas de formalización del centro poblado, mas ninguno ha podido concretarse.


Mientras tanto, la asociación desde un tiempo pide a las autoridades leyes que favorezcan a los mineros artesanales. Buscan que el proceso de formalización deje de ser pobre y lento. Los resultados no son los que quieren. Ganan más trabajando informalmente. Es inevitable que a las familias arequipeñas asentadas en este centro, la informalidad les ha brindado progreso. Tanto que durante los últimos años, su población ha incrementado. Durante sus dieciocho años de fundación, casitas improvisadas se asentaron sin ninguna organización previa. Entre las conversaciones, se convirtió en una oportunidad: en un paraíso económico. Muchos de los pobladores llegaron por la falta de oportunidades en la ciudad, en el que encontraron un oficio para satisfacer sus necesidades básicas.


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El problema de la minería informal, es un problema crítico, olvidado y poco reconocido. Para que se pueda hablar de ella, se tiene que omitir. Muchos se rehúsan. No se identifican como tal. No se habla de mineros informales. Son mineros artesanales: la escala más baja de extracción. La que ocupa generalmente el uso de unas bandejas medianas o pequeñas, como las de las balanzas de un supermercado. Filtran el agua de las vertientes aledañas para encontrar pequeños pedazos de oro. El ejercicio no requiere de herramientas pesadas, ni de previa coordinación de operaciones. Es una labor independiente. Aunque la actividad que más abunda es la pequeña minería. De la que se requiere de aparatos pesados y de un largo proceso. Perforar el socavón, extraer rocas, triturarlas, trasladarlas para convertirlas en polvo, y separarlas a través del mercurio. Durante el proceso de separación se usa una especie de mantelito que aleja el oro de todos los desechos.


Todo este proceso genera riesgos. Son elevados a comparación de la minería industrial. La sobreexposición de los artesanos a los químicos por la interacción directa es uno de los principales problemas. Derivan en crisis de salud: respiratorios y cardiovasculares por las grandes cantidades tóxicas que se emiten. Destruyen el suelo mediante excavaciones que contaminan el ambiente del poblado, principalmente el aire y el agua. Este peligro es directamente proporcional al desarrollo económico de la región.


Además, la informalidad en la minería representa un costo importante en la recaudación tributaria, sin importar la forma y el nivel de explotación del suelo. Se gestionan invasiones de tierra: los mineros se dividen en parcelas de extracción sin ninguna supervisión. No existe un registro de impacto ambiental, mucho menos de salud. A pesar de ello, una de las constantes que empuja a esta actividad es el oro. Eso es lo que más importa. Para la población es un generador de empleo, sobre todo entre la población más joven, porque ejercerlo es un trabajo dedicado. No por el esfuerzo físico, sino porque a veces se realiza a escondidas. Los policías realizan operativos, aunque son poco frecuentes. No se permite ejercer minería en zonas prohibidas (o no formalizadas). Irónicamente es una de las pocas veces que se presentan en el poblado. Llegar toma tiempo.


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El ambiente contaminado de Secocha cada vez vulnera la salud. Es una bomba de tiempo. Los niños son los más afectados. Los habitantes del poblado prefieren conseguir un poco de dinero para comer a costa del lento empeoramiento de su estado de salud. Durante el 2022, MINSA reportó más de dos mil casos de afecciones respiratorias: poco más de la mitad son menores de edad. Entre otras afecciones recurrentes son: bucales, estomacales, de embarazo y de desnutrición. Existen casos de anemia: cuarenta y cuatro niños de entre seis a cincuenta y nueve meses con anemia leve y moderada.


A pesar de ello, nadie puede darse el lujo de enfermarse, y más cuando en el poblado se encuentra únicamente un puesto de salud de categoría I-2: un establecimiento semi básico dedicado al servicio de la salud. Una posta médica. A pesar de contar con una, puede que no dispongan de la atención. Por lo que será necesario un viaje a Urasqui —centro poblado y capital del distrito Mariano Nicolás Valcárcel—, hacia al sur. Por una carretera no asfaltada. A seis kilómetros del Secocha. Donde otra posta estará a disposición para tratar a los enfermos. Pero si se tratase de una atención más especializada, se tendría que viajar más al sur, hasta Ocoña, pueblo homónimo del caudal que atraviesa diversos poblados —entre ellos Secocha— y termina hasta llegar al mar. Ocoña percibe el recorrido final de las vertientes del río.


Mientras el río Ocoña avanza hacia al sur, parece que aumenta el desarrollo de los poblados vecinos. Aunque todas presentan sus limitaciones. Si se tratara de una enfermedad de suma urgencia, solo hay un camino: Lima. Contrario al recorrido sureño, al norte de Secocha, hay un poblado pequeñísimo. La más afectada por el huaico. Un 80% de las viviendas destruidas. Para llegar se tiene que subir a tropezones por un montón de residuos provocados por el arrastre. Personas en el camino van desplazando los destrozos. Aunque antes del desastre, el recorrido era igual de dificultoso: un camino cuesta arriba de alto relieve por las quebradas. 


El poblado acechado por la turbulenta marea lodosa es Posco Misky. Algunos pobladores perdieron a sus seres queridos. Horas después del desastre, la prensa logró captar a familias desesperadas buscando entre los escombros. En ese entonces estaban en calidad de desaparecidos. Algunos lo siguen estando. Desaparecidos en el papel, enterrados en la tierra.


Posco fue sumergida por una masa aguada de lodo que partió desde arriba: en un recorrido por los cerros empinados que rodean al poblado. En la quebrada San Martín. En cuestión de minutos devoró a casi toda la comunidad. 


La situación termina por rematar a una comunidad muy olvidada y lejana. Posco es tan ignorada como el poblado vecino. No cuenta con servicios de electricidad, menos de internet o de telefonía. El alcantarillado es inexistente. En la localidad se trabaja desde la mañana hasta que el sol deje de posar completamente en el cielo.


Pero ahora es un pozo de residuos. De cemento, de lodo, de madera, de piedras y de más elementos pequeños y variados. Las vigas de los restos de las viviendas son los únicos materiales que siguen en pie. Son tan vulnerables que se dan el lujo de bailar al ritmo del paso del viento. Lo que queda en la mayoría de las casas en pie, son aberturas. Algunas completamente suspendidas en el aire. Otras, destruidas y obstruidas por pedazos de concreto, ladrillo, adobe, paja, y muchos materiales del que el peruano se ingenia para poder construir un techo para vivir, o sobrevivir. 


El camino que une a los dos poblados entre Posco y Secochaestá revuelto de montones de piedras y tierra. Dificulta moverse. Aún más de lo que ya era. Por suerte, la rápida acción de las comunidades logró evitar el aislamiento definitivo de Posco. Logró, con tiempo, «la apertura» del acceso al poblado.


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El desastre se llevó totalmente a Posco. Sus pobladores perdieron todo, incluso sus parcelas de extracción. Quedaron enterradas en los escombros. Para retomar sus actividades, y todo vuelva a la normalidad, es necesario de maquinaria pesada y especializada para la recolección y desecho de restos materiales. Y eso es casi imposible. El único camino de transporte se ha vuelto más estrecho y complicado de lo que ya era. Los espacios para la movilización son incómodos. Apenas se puede caminar con sogas y cables improvisados. Las vías llegaron a estar tan saturadas de tierra, que el traslado de víveres y donaciones se tuvo que realizar a través de una improvisada apertura aérea para la circulación de helicópteros. 


Es complicado que un medio de transporte pueda llegar al poblado a limpiar las ruinas que ocupan hasta 10 metros de profundidad: está sumergido bajo tierra. El esfuerzo humano es lento. El paso del tiempo podría enterrarlo definitivamente, con pobladores dentro. A los sobrevivientes solo les queda remover los escombros de sus viviendas. Sienten que no reciben el apoyo necesario. Aún cuando tienen a sus paisanos debajo de sus pies. 


Para comer se organizan ollas comunes. Pasan la noche con frío. Se apoyan de las donaciones. Viven en campamentos improvisados. Oran por un milagro. Piden que el gobierno se presente para recuperar lo que perdieron. Por ahora, policías recorren el poblado con canes de rescate: animales entrenados para encontrar los restos que se ocultan a simple vista. A los pobladores solo les toca ser los espectadores de la escena, esperando la noticia que quieren escuchar: encontrar los restos enlodados de sus parientes.


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A casi una semana después del desastre, a través de diversos medios de comunicación, manifestaron que decidieron quedarse para empezar nuevamente la vida que llevan desde hace años. Sin importar los problemas. Sin importar el abandono del gobierno regional para la recuperación de su espacio. Sin importar lo destrozada que están sus vías de acceso. Sin importar la propuesta del gobernador para reubicarlos. Ellos dicen que son capaces de costear la reparación. Quieren quedarse. Son capaces de volver a extraer el oro a pesar del aumento de la superficie de tierra.


Para Secocha la situación es más optimista. Perdieron viviendas, pero no tantas como en Posco. Su piso se enlodó más. El suelo de mercurio residual de los procesos de separación del oro se ha camuflado en los restos de tierra. Algunos postes y vigas eléctricas se suspenden con suerte. Sin servicio de electricidad por las fallas continuas de los centros eléctricos, las noches se viven a oscuras. A pesar de ello, iniciaron acciones de reparación. A medida se recupere, volverá a la normalidad.


La trata de personas se ejercerá en medio de la incertidumbre. Negocios ilícitos se montarán nuevamente. El problema de la contaminación del mercurio y del arsénico continuará, y la informalización seguirá siendo el sello del poblado. Mientras tanto, invasores de terrenos van aprovechándose de la tragedia para iniciar un negocio de tráfico. Lotizan tierras. Aseguran una calidad de vida en medio de un terreno inseguro y peligroso. No apto para la convivencia.


Otros centros poblados, igual de pequeños que Posco Misky, también fueron golpeados. Entre ellos, San Martín y Pampaylima. Todos de minería informal. De esos centros poblados donde apenas hay unas cuantas casitas: los anexos de Secocha. De las que no aparecen en Google Maps; a menos que el zoom sea lo más alto posible, y se realice un recorrido desde la única vía hasta lo más alto. Con suerte se pueden visualizar. 


Todos los minúsculos anexos se encuentran a lo largo de la carretera, conectados a Secocha. La conexión vial facilitaba el traslado de los mineros para efectuar actividades informales en las minas o socavones. Ellos encienden su maquinaria o despliegan sus herramientas hasta la tarde. Misma hora que se activó la quebrada y los inundó dentro de ellas. La mayoría de los fallecidos quedaron sepultados en medio del huaico mientras estaban minando. 


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El espacio cada vez se achica en Secocha. Tras el huaico, el centro poblado no parece que mermará en su crecimiento demográfico, aún más cuando las oportunidades económicas siguen vigentes. Una vez que empiecen a sanar las cicatrices producidas por el barro, la normalidad llegará: pobladores resistiéndose a la minería formal ante una nula acción y abandono del gobierno. A pesar de las amenazas contra la salud y el ambiente, muchos ven con buenos ojos vivir en las quebradas. La necesidad de tener a la mano un elemento brillante en su subsuelo es tan demandado, que ni los huaicos han paralizado su búsqueda. La actividad se realiza a vista de todos; sin importar la presencia de fiscales, quienes siguen determinando la cantidad de decesos en los poblados. 


En algunas viviendas, el humo brota de las partes más altas por el inicio del proceso de la quema de oro en espacios improvisados. Algunas casas se convierten en crematorios especializados en oro. Los quimbaletes, centros artesanales de tratamiento, están ubicados en espacios contiguos, expuestos en los patios o en un espacio pequeño con salida hacia afuera. 


El humo contaminado que rodea al centro poblado es por el proceso del mercurio, dedicado a la separación del mineral amarillo intenso. Nublan y climatizan con olores fétidos y enfermizos. Y así no se puede vivir. En la informalidad no existe una evacuación de salubridad, ni mucho menos espacios dedicados a los procesos de separación. Muchas de las casitas se convierten en pozos de relaves. Diversos procesos caseros de extracción se realizan en el mismo espacio en el que vive la población de Secocha.


MINEM junto con la DRAEM han presentado durante años interés en la logística del sector minero de la población: buscar la formalización para evitar problemas de salud. Sus acciones no han tenido ningún resultado. Más por su desinterés que por las palabras en sus comunicados. Aseguran que si se logran mitigar las debilidades y amenazas, especialmente en el medio ambiental, podría ejercerse correctamente la gestión de los recursos. Esto también busca la viabilidad de proyectos mineros artesanales y caseros. El único obstáculo que podría detener su ejecución es el espacio donde se ubican geográficamente. Una zona donde a más altitud, hay más dificultad de movilización: caminos empinados y destrozados. Por ende, existe un mayor riesgo de derrumbes y volcadas.


Es un dolor de cabeza el combate contra la minería informal en Arequipa. A pesar de que se haya determinado a la zona como crítica, los pobladores omiten los detalles geográficos. La zona donde más se agrupan los mineros informales son en las partes más altas, porque hay oro. La presencia de policías es escasa. Rara vez se presentan. Y sin fiscalización, los enfrentamientos entre mineros informales es recurrente en la disputa por los espacios a depredar. Esta situación sin regularidad ha potenciado actividades ilegales, como la trata de personas o la prostitución. La desesperación de la población lleva años sin ser tratada. No se atiende ni se escucha a pesar de convocar marchas dentro de la localidad.


Es por ello que el proceso de gestión ambiental desde hace tiempo ha recaído en los pobladores, y aunque en principio es casi nula a comparación de una minería formalizada. A través de organizaciones de autogestión, como la ASPPMACSU —la asociación de mineros que busca llegar a consensos para formalizarse— se ha podido materializar una evaluación de impacto ambiental. A pesar de ello, la ausencia de canales de comunicación y la nula presencia de organismos estatales solo han generado la desconfianza. En Secocha es muy difícil la gestión debido a su abandono estatal. La formalización está muy verde para concretarse. 


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Toda labor minera generará impacto. En este caso, el mercurio atenta fuertemente en Secocha. A lo largo del territorio de Arequipa, muchos ríos se han contaminado por minerías informales por el uso de este metal: Río Grande, Yauca, Cháparra. Atico, Ocoña, entre otras más. Las constantes afecciones que padecen los pobladores relacionados por la minería son generados por este: más de la mitad de los secochanos consideran que sufrieron algunos males en la salud respiratoria y digestiva, debido principalmente a la falta del sistema de alcantarillado y a la contaminación del agua potable. 


Aunque aquella realidad no es única. El oro y el mercurio conviven. Muchos centros poblados son perjudicados por su uso. El tema traspasa regiones: problemas mineros informales en Madre de Dios, Piura, Amazonas, Ayacucho, La Libertad. En todo el territorio peruano. Un análisis en el suelo de Secocha en el 2020, demostró que tanto en los suelos domiciliarios de zonas industriales, como en los urbanos superan los niveles establecidos de concentración de mercurio. Pareciera que si para el centro poblado minero el oro es lo más preciado, el mercurio es un elemento rancio. Su concentración es necesaria, pero una vez finalizadas las operaciones, no tiene utilidad. Es un material peligroso. Una mala manipulación puede generar una negativa repercusión. 


Hablar del mercurio en el poblado, es hablar de su nacimiento. En algunas casitas improvisadas y separadas, el mercurio siempre estuvo presente. Lo sigue: durante el desarrollo económico de los mineros. Tanto ha marcado su convivencia en el suelo, que lo tiza de un color ácido amarillento. Como una cicatriz sin sanar, con pus. Poco a poco convirtiendo el suelo en una tierra arenosa que drena las sustancias residuales. 


Las charcos y plagas de mercurio son capaces de filtrar en el subsuelo. Llegan a afectar pozos y canales subterráneos. Incluso si es que no se identifican a tiempo los riesgos, se crean lagunas de extensión. Desde hace tiempo en Secocha habitan lagunas rojizas amarillentas de mercurio. Los constantes relaves de oro siguen enfermando por la formación pegada de lodazales. Pero la fiscalización es nula, y ante una falta de control, la posibilidad que la problemática incremente es posible. 


La población no entiende que el mercurio es pesado. Es uno de los más tóxicos del mundo. Todo lo que toca, afecta. Especialmente a los ecosistemas y a la vida humana. A pesar del cuidado que se le pueda dar. La mayoría de las infecciones producidas por el mercurio es por la inhalación. El aire fresco puede contener mercurio oxidado a través de los diversos procesos caseros e industriales. El esparcimiento del metal pesado es un problema que no discrimina la sofisticación. Padecimientos a través de las vías respiratorias o la por ingesta indirecta, generalmente por la exposición de alimentos hacia los socavones o los espacios de relaves.


Esta situación se acentúa debido al inexistente servicio de desagüe. Los charcos de relaves que son echados en las calles son frecuentes. Es común ver a niños jugando con pelotas. Tirados en el suelo. Manipulando los residuos. El contacto directo ha provocado que muchos pequeños tengan mercurio en la sangre por su contacto. 


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El río Ocoña y sus vertientes abastecen cinco provincias de Arequipa. Se diversifica en un conjunto de cuentas y manantiales con forma de punto de caída de agua que sale de lo profundo debido a la incidencia de fenómenos glaciares de los nevados. Los centros poblados de la provincia de Camaná se ven beneficiados por sus caudales por poco más del 8%. A pesar de tales beneficios naturales; actualmente Secocha no tiene acceso al agua, ni un alcantarillado para que pueda tener un control de desechos. Por lo que los pobladores se ven obligados a abastecerse de una de sus vertientes. La más cercana a su centro. Beben de ella a pesar de mostrar distintas sustancias disueltas, entre ellas, concentraciones de arsénico debido a las actividades mineras informales. 


Durante todo el largo del río, los valles se vuelven fructíferos para el sector agrícola. Es uno de los tres ríos importantes de la costa peruana. Aunque para Secocha el desarrollo de aquel sector es algo complejo. Si bien el centro está cerca de los valles verdosos que se alimentan del río, no se ven favorecidos debido a la interrupción de las cadenas de laderas y desfiladeros que posan en la quebrada donde se ubican. El centro poblado es minero, no agrario. 


Al vivir en el margen del río Ocoña, los procesos mineros afectan, sobre todo a las vertientes más cercanas. La distancia entre el poblado y el río es corta, solo separada por la altitud. Agua arriba se practica la minería, y los elementos que tratan al oro discurren al río.


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Para la utilidad del agua en Secocha existen dos opciones. Un manantial a través de un ojo de agua en la carretera que conecta a Urasqui también afectado por el huaico de donde se puede recoger y trasladar. La carretera vial es una trocha carrozable: un camino seminatural que se mantiene estático, y con sorprendente fortaleza para movilizar vehículos. Aperturada en el 2010. Es la única vía que conecta a los dos pueblos. Una vía artesanal sin asfaltar y en mal estado. Situado en una zona de probables desplazamientos. De la que puede convertirse en una vía de peligro inminente. De la que cobró cuatro vidas durante el huaico: arrasó y se llevó una camioneta con tripulantes. Este tipo de vías pueden desprenderse por la filtración de agua y de tierra húmeda. Suelen destruirse de a pocos, angostando el espacio para transitar. La otra opción es conocida: llegando a una de las vertientes del río Ocoña. Debajo del campamento minero. Donde la tierra empieza a verdear.


Ambos lugares de abastecimiento de agua no están expuestos directamente a las actividades mineras, aunque estén cerca. A pesar de ello, se han mostrado resultados poco favorables para el consumo. Ambas salidas hídricas no están libres de metales. Tienen presencia de aluminio, de litio, de uranio, de magnesio, de hierro, de plomo, de níquel, entre otros metales. Aunque no sobrepasan los límites permitidos. Salvo el arsénico. Pero eso no importa, el agua es vital. Los pobladores tienen que ir y regresar cargando baldes, bidones o recipientes sin importar cuán contaminada está. 


El saneamiento de Secocha es una discusión de larga trayectoria. Mientras el poblado depende de fuentes hídricas fuera de sus hogares, la municipalidad del que pertenece, la Municipalidad Distrital de Mariano Nicolás Valcárcel, ha tenido inconvenientes para incorporar el saneamiento al centro poblado. 


En septiembre del 2022, solicitó la no incorporación al ámbito de responsabilidad de una EPS: una empresa prestadora de servicios que brinda saneamiento. Alegando miles de excusas: la distancia para brindar el servicio, el mal estado de la vía que se conecta, el planeamiento de un proyecto de alcantarillado de la propia municipalidad. Un servicio prestador de saneamiento podría a corto plazo abastecer las necesidades de la población. A través de la conexión y abastecimiento continuo de un reservorio común, fácilmente las familias podrían evitar viajes extensos. Pero la discusión sigue en pie. Nadie hace nada. Todo se queda en el papel.


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Han pasado dos semanas del desastre, la zona de Secocha sigue enterrada. Algunos restos de viviendas están terminando de ser removidas. Las que no se sumergieron por completo. Ahora poseen grandes montones de madera, herramientas partidas y bolsas grandes. El huaico ha sido una de las más fuertes desde que se fundó. El piso es lodoso. Las diversas localidades afectadas están inundadas de carpas de campamento que sirven como casas de refugio. Viven hacinados. Cubren el lodo y las piedras del suelo con frazadas que sirven como colchones. 


Se empiezan a levantar edificios prefabricados: en su mayoría servirán como centros educativos para el inicio de clases en marzo. ONG y centros de ayuda siguen donando a los pobladores, aunque no se sabe hasta cuándo. Entre las donaciones hay alimentos, medicinas y agua. Las mujeres embarazadas son las más afectadas. Son atendidas por grupos de ayuda humanitaria: brindan asistencia médica. La mayoría va por una ayudita para cubrir los problemas de salud mental que ocasionó el desastre. Un golpe psicológico es más fuerte que uno producido por una piedra, dicen.


Cada día se retratan a las familias esparcidas en espera de la reconstrucción del centro. Medianas maquinarias intentan entrar al poblado para acelerar el proceso de remover los residuos. La policía ya dejó en claro que en caso de no encontrar más cuerpos, dejaría de priorizarse la búsqueda de desaparecidos.


Cada día se va limpiando el poblado. Diferente situación de Posco, que sigue sumergida. Así como la limpieza en las calles no cesa, las promesas tampoco. La municipalidad sigue en pie con su propuesta: trasladarlos a un lugar mejor. La población se resiste. Saben que la tierra que pisan es rica. El impacto por el huaico no los detiene. Siguen buscando oro.


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Epílogo: Secocha muda


Desde hace unos días Secocha fue un punto de conversación. Fue el tema principal de los noticieros, diarios, portales, y locuciones radiales. Se hablaba de ella. Pero, desde que unos sicarios asesinaron a una familia entera en el distrito de San Miguel —distrito comercial de clase acomodada en Lima— ha desaparecido. Irónicamente dos de los sicarios fueron capturados en Arequipa.


La atención que pedía desde siempre, solo ha sido enfocada por el huaico. Sin huaico, no hay atención. Sin atención, no hay mejora. Pero a pesar de tenerlo en su momento. Nadie habla de una mejoría en su calidad de vida desde los sucesos trágicos. Nadie habló de sus problemas de fondo. Se mostraron exclusivamente imágenes anecdóticas. Probablemente quedarán en el archivo de los desastres que ocurrieron en verano del 2023: en la sección de desastres naturales. 


Nadie hablará sobre el territorio en donde conviven los pobladores de Secocha. Sobre el riesgo potencial de los deslizamientos de tierra. Sobre los problemas de contaminación del suelo y del agua. De las que afectan a la salud. No se habla de la inestabilidad en la topografía. De las quebradas que son las que acentúan huaicos por el crecimiento de caudales de ríos o estrepitosas precipitaciones. De la costumbre de la mina informal. Hablemos de algo anecdótico. Cuando a comienzos del 2020, poco antes del aislamiento e inmovilización en el Perú como medida de protección contra un nuevo virus, un fuerte deslizamiento de tierra los dejó aislados, encerrados en su propio centro poblado. Cuando el caudal del río Ocoña aumentó y las cosechas adyacentes se quedaron inundadas. Cuando, a través de unos análisis de sangre, se demostró que unos cuantos niños de Secocha tenían mercurio en su pequeño cuerpo. 


Secocha es una maestra de la relevancia cuando se trata de malas noticias. Es un pueblo que se asentó en la boca del lobo. Los pobladores odian los impuestos. Es pura «jodería». Parte de la población ha asistido a las continuas protestas del sur del país. Ellos están en contra del gobierno de Dina Boluarte. «La Asesina» no ha apoyado sus necesidades. Nadie lo ha hecho desde que se fundó. Nadie habla del estado de las carreteras que la unen a otras localidades, de la construcción de vías alternas seguras de las que tanto necesitan, de los centros de educación o de salud, de la persecución o de las capacitaciones. De todas sus necesidades, Secocha es muda, al igual que la quebrada que la atravesó. En silencio por años.


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