Cuando la noche se pone oscura - CRÓNICA

14 de noviembre del 2020. Fuente El Comercio.

Crónica elaborada en base a los hechos de las Protestas en el Perú - 14 de noviembre del 2020

CUANDO LA NOCHE SE PONE OSCURA

Su mamá era una persona adulta, y aún siéndolo, no quería que se repitiera lo mismo. Mientras veía la televisión recordaba su juventud. El sonido de las alarmas, de los gritos y de los coches bombas. La época de los ochenta y noventa. Violencia por todos lados.

—El país al final es de todos. —le comentó a su hija.

—Sí pues, nosotros hemos decidido quién está allá arriba como presidente. —afirmó Claudia.

—Y a él no lo hemos elegido. —respondió automáticamente. Quiero acompañarte. Nosotros así como podemos darle el poder, también podemos quitárselo. 

—Además yo ya viví, yo ya disfruté. —siguió reiterando su mamá. Si se repite, vamos a hacer que todo vuelva a lo mismo. Los jóvenes de ahora no tienen las mismas agallas de antes.  

Sabía que tenía razón su mamá. —Bueno má’, mañana nos alistamos y nos vamos. —respondió.

Al día siguiente, entre un bullicio mañanero de ollas y bocinas, empezaba la travesía. Cerca del mediodía empezaron a alistar las cosas en sus mochilas. Del lugar de siempre agarraron las mascarillas. Las botellitas de alcohol estaban balanceándose entre sus cuellos, y la careta sosteniéndose en sus cabezas. 

Claudia llevaba una polera negra y unos jeans. Hace casi una semana, entre las primeras manifestaciones que asistió, compró unos lentes oscuros de moto. En caso llegase el lacrimógeno hacia ella, pudiera evitarlo. Sabía en lo que se estaba metiendo. También entendía la valentía de su madre. En las marchas anteriores, le aconsejaba sobre el actuar de los policías y le daba tranquilidad. Su mamá sabía de manifestaciones desde hace décadas.

Hace unos días atrás, Claudia se enteró de la concentración. Se dio cuenta que no era como las anteriores convocatorias. La concentración del sábado llegó a extenderse por jóvenes, adultos y niños en todas las redes sociales. —Fin de semana, la mayoría de la gente descansa. —pensó. Se animó y acordó con sus dos amigos. Al final también le acompañó su mamá, quien se había apuntado a última hora. 

La concentración era en el lugar de siempre, en la Plaza San Martín. Tomaron un taxi a través de una aplicación cerca del parque de su casa. Y hasta donde llegó, cerca de la avenida La Colmena, empezaron a caminar. Dentro del taxi, a través del recorrido, se encontraron con manifestantes caminando hasta llegar al campo de concentración, sobre todo cerca de la Plaza Dos de Mayo. La gente caminaba porque ya no había tantas rutas de transporte para el ingreso. Pero el taxi hizo la forma para poder llegar al punto más cercano. 

Antes de bajar del taxi, revisaron sus cosas para ver si todo andaba en orden. Poco antes de salir de casa, en una llamada, los cuatro habían acordado llevar su identificación. Llevaron agua y vinagre. E incluso sus propios lapiceros, por si les obligaban a firmar algo. Con la actitud de desconfianza hacia los demás para prevenir. 

—No hablemos nada hasta que tengamos un abogado. —mencionó uno de sus amigos en la llamada que tuvieron.

Fueron con la idea de que cualquier cosa les podría pasar. Dentro de esas cosas, que no podrían volver a casa. Todos lo sabían, pero estaban algo confiados que podría salir bien.  Pero en un momento, justo antes de salir de casa, se lo comentó a su mamá. —Sal corriendo en caso nos separemos y nos vemos en la casa. —le mencionó.

Tras la llegada, iniciaron una caminata hasta la Plaza San Martín, donde se unieron al grupo de personas que estaban manifestándose. Poco a poco comenzaron a avanzar por la avenida Abancay. 

Llegaron en medio de una festividad, cerca de las cinco de la tarde. El ambiente era tranquilo. Había gente con sus niños. Incluso señores mayores de edad con sus sillas de ruedas. Era una fiesta. La mayoría de personas tocaban sus bocinas y farolas. Otros bailando o cantando. Había carteles de protesta. Algunas con la cara del Merino. —Él no me representa. —gritaba la gente en medio de la euforia. La voz de la protesta era una sola. En un ambiente familiar y de grupo tocaban con trompetas y bombos, mientras que las personas bailaban, cantaban o izaban la bandera del Perú.

La concentración había comenzado desde las tres de la tarde, los primeros en llegar eran las representaciones de las facultades de las universidades, como la de Lima, la Católica o la de San Marcos. Alentaban y ponían sabor al ambiente. Cierta parte de esas representaciones se mantenían en la primera línea. 

Cerca de una media hora en la marcha. En medio de la emoción empezaron a tomar fotos. Lo primero que hizo Claudia fue postear que había llegado, para que todos sus familiares se enteraran que estaba bien. Que todo pasaba con normalidad. Incluso se animó a filmar unos videos. En la grabación, el ambiente se mantenía divertido y festivo. Incluso cierta parte de la prensa asistió. Se sorprendió ella, porque era la primera vez que vio cámaras dentro de un ambiente similar. En las marchas donde se manifestó anteriormente, no había ninguna. 

Dentro de la marcha, pudo ver que habían manifestantes disfrazados. Personajes como Elmo se movilizaban desde la última zona hasta la primera línea. Lo vio casi al llegar. Poco después, lo volvió a ver. Él trataba de entrar a la primera línea, mientras que los demás lo grababan. También un chico disfrazado de Covid-19 empezó a ir con velocidad hacia todos los lados. Para animar el ambiente, corría y trataba de perseguir a la gente. Las personas empezaban a gritar. —¡Corre! ¡Corre! ¡El Covid te va a agarrar! —los manifestantes se divertían. Parecía un festival de Fiestas Patrias en julio.

Poco después, cerca de las seis de la tarde. En una tarde casi oscurecida. Algunos representantes de las universidades abandonaron la concentración. La marcha había perdido intensidad. El liderazgo en la primera línea se había debilitado. 

Unos pocos minutos después, inició desde la parte de atrás la llegada de los barristas. Absolutamente todas las personas se hicieron a un costado para dejarlos entrar para que se mantuvieran en la primera fila. 

Mientras avanzaban, optó por grabar la incidencia para subirlo a sus redes. Desde esa hora, los celulares dejaron de funcionar. Pensó que solo era una falla en el sistema de su celular. Inició un livestream, y no accedía. Llamó a su papá, y no timbraba la llamada. Le avisó a su amigo para que le llamara, y sucedió lo mismo.

Poco después, hablando con su mamá y otros manifestantes, se rumoreó que había un bloqueo por parte de las autoridades.

—Si no se puede, es porque no quieren que la gente sepa qué es lo que está pasando adentro. —le decía a su mamá.

Poco después bajaron unos drones. Las luces públicas empezaban a prenderse y apagarse. La gente se desesperaba, sobre todo la primera fila, enarbolada por los barristas que recién habían llegado. Las redes de comunicación seguían sin conectar la señal. Empezaron a verse unos punteros láser. La mayoría apuntaba a los manifestantes de la plaza San Martín. —Será para disipar o asustar a la gente —pensó mientras seguían manifestándose. 

En un momento, se dieron cuenta que los drones estaban demasiado cerca. Se mantenían volando sobre sus cabezas. Pensó en lo que dijo su primo. Él estaba acostumbrado a asistir a este tipo de marchas. —Cuando la noche se pone oscura, es mejor retirarse, por seguridad de uno. 

En la plaza San Martín, y en sus alrededores, habían partes donde estaban completamente oscuras. Las luces públicas que anteriormente parpadeaban, estaban apagadas. Se empezaban a cerrar las entradas de la Plaza San Martín mediante rejas o cuerpos policiales  A través de la oscuridad, desde lejos se empezaron a escuchar gritos. La gente comenzaba a tener altercados con la policía. La situación estaba poniéndose tensa. Habían personas haciendo sus cosas en los alrededores. Cerrando sus tiendas, llegando a sus casas o paseando. 

Entre la congestión, los manifestantes se desesperaron. Muchas personas cargando a niños, o llevando a sus familiares mayores de edad, corrían buscando una salida. La prensa y medios de comunicación también intentaron salir. Pero fue en vano. 

Tras un momento de conversación, Claudia junto con su mamá y sus dos amigos decidieron quedarse un poco más, como forma de protesta. A no dejarse llevar por las amenazas que sentían.

Tras acordar, decidieron retroceder un poco para evitar cualquier daño. Desde esa parte habían personas que alentaban a ir hacia delante; incluso para iniciar una ruta hacia el Congreso, pero ellos no avanzaban. Vestían con gorras y casacas de cuero, con pantalones ajustados. Les parecía muy extraño, porque la mayoría de los manifestantes habían asistido con un buzo, generalmente con un abrigo sobre su camiseta peruana de fútbol. —Fijo estos deben ser ternas. —dijo su mamá. Pero decidieron no hacer nada. Se alejaron de ellos y decidieron volver hasta el punto donde estaban anteriormente.

Mientras avanzaban, una ola de personas se venían para atrás. Algunas personas cayeron al suelo por la fuerza de la inercia de los manifestantes de adelante. La primera línea había empezado a ceder espacio. Los policías empezaban a disipar. Se escuchaban sonidos de balas y perdigones, y las bombas lacrimógenas se lanzaban de forma frecuente. Algunas personas que rondaban en los alrededores salieron afectadas. Todo el mundo quería retroceder y salir. No había salida. 

Al ver el escenario, dejaron de avanzar, y empezaron a retroceder nuevamente. Los cuatro se sostenían de las manos y caminaban lentamente mientras veían a los demás caer. Decidieron desplazarse hacia la Plaza Francia.

Mientras se sostenían, vieron a una anciana con una silla de ruedas. Estaba tirada en el suelo. Le había caído una bomba lacrimógena y no podía ni abrir sus ojos. A su lado estaba una joven que le limpiaba con vinagre y pedía ayuda. Al ver la situación pararon y decidieron auxiliarlas. La chica tenía miedo. Los manifestantes solo miraban al frente para huir raudamente. En cualquier momento iban a pisar a la anciana. La cargaron y la llevaron hacia su silla de ruedas, con un paño con vinagre le taparon su cara que mostraba el dolor del ardor en los ojos. La chica corrió y se la llevó. Apenas pudo agradecer. 

Poco metros después del suceso, en medio del camino. Un grupo de personas salieron velozmente de una tienda. Empujándose como si fueran salvajes. Cuando se disipó, encontraron a una señora llevando en sus manos a su niña. Estaban en el suelo. Inmediatamente las socorrieron. Le daron un poco de agua que habían guardado en sus mochilas. Avanzaron un poco, y el gas lacrimógeno se había esparcido por todo el ambiente. Le pusieron un pañito a la niña para que no llegase a afectarla. 

Las tiendas que estaban semiabiertas, empezaban a recibir gente para socorrerlas. Se crearon brigadas improvisadas para atender a los afectados. La mujer y su niña pudieron resguardarse en una de esas tiendas. Los cuatros decidieron seguir avanzando hasta llegar a su destino pactado. Durante el trayecto pudieron socorrer a tres personas más. 

Mientras el desplazamiento seguía hacia atrás. Su mamá mencionaba insistentemente que había que seguir agrupados. —Hay que tratar de ver una salida. —alzó su voz. En cualquier momento habrá un herido.

Cuando estaban a punto de salir, se separaron. Claudia se había quedado sola por un momento. Lo más importante era su mamá, seguía resguardada por sus dos guardaespaldas. Un tumulto de personas estaban muy pegadas. Ella buscaba a los demás. Mientras alzaba su cabeza sintió que había chocado una bomba lacrimógena cerca de sus pies. Empezó a percibir el humo en su cabeza. Inmediatamente pateó la bomba para que no llegue a afectarla. Persistió en levantar su cabeza y trató de ver donde se encontraba en ese momento. Siguió buscando mientras avanzaba hacia la salida. Cerca de ahí, encontró a su mamá y pudo ser socorrida en grupo. 

Llegaron a Plaza Francia. Apenas eran las siete de la noche. A pesar de la mediana distancia, solo se podían oír gritos y disparos. Descansaron quince minutos. Claudia aprovechó para seguir echándose vinagre en su cara. Los lentes de moto que habían comprado no funcionaron. Muchas veces le entorpecía su movilidad al huir del caos que se había provocado. 

A pesar de la situación, decidieron reagruparse con algunas personas para volver a avanzar hacia la Plaza San Martín. La situación se había normalizado. Mucha gente logró salir y nadie retrocedía. A pesar de ello, aún se mantenían los drones y las luces verdes de los láseres. Se quedaron en la parte de atrás de la manifestación por si volvía a ocurrir un retroceso. 

Poco después se empezaron a oír sonidos de ambulancias pidiendo el ingreso hacia al centro de la movilización. Desde lejos el gas lacrimógeno se había asentado en el cielo. Parecía niebla. En el centro de la plaza, sobre la cabeza de la estatua del libertador Don José de San Martin, constantemente abundaba cantidad de humo.

—Creo que nos están mandando una señal en clave morse. —le dijo a su mamá en tono de broma. 

Con tanto sonido de ambulancia y un espeso fuerte de humo. Su mamá recomendó. —Creo que es momento de salir. Las cosas todavía no se han calmado. 

En ese momento decidieron salir definitivamente de la marcha. 

Mientras se desplazaban hacia la salida para llegar a Plaza Francia, y posteriormente hacia la avenida Alfonso Ugarte. En medio del camino los drones apuntaban a las paredes. Poco después en esas paredes aparecían contingentes policiales para encerrar a la gente. 

—Esto se va a poner feo. —empezó a comentar algo desesperada a su madre. No, ya no. ¡Vámonos!

Aceleraron el paso hasta llegar a la avenida Alfonso Ugarte. Durante el camino se cambiaron de abrigos por miedo a que puedan confundirlos o detenerlos. En la avenida, el carril de bajada se mostraba desértico. Apenas circulaban carros de subida. Tomaron un taxi y se fueron directamente a la casa.

Mientras más se alejaban de la Plaza de San Martín, llegaban las notificaciones de llamadas perdidas y mensajes. Los videos y fotos empezaron a subirse en las redes sociales. Automáticamente las cancelaron por miedo. Claudia había recibido más de diez llamadas perdidas, entre ellas las de su padre y su madrina. Decenas de mensajes en el buzón de voz. —¿Por qué no me contestas? ¿Por qué todavía no llegan? —fueron algunos de los mensajes que se oían en medio del silencio dentro del carro.

Llamando uno por uno y tratando de tranquilizar a sus familiares, llegó a conversar con su prima. Ella también había regresado a su casa después de la marcha. Le contó acerca de un herido de gravedad. Posteriormente la primera víctima del enfrentamiento. Todos se quedaron fríos. Apenas habían salido del centro de concentración. —Un ratito más y tal vez no la contaban. —le mencionó su prima.

—Tal vez ni volvías a casa. —le gritaba su papá en medio de la llamada. 

—Por eso no fui sola, fui con mis amigos y con mamá. —contestaba nerviosa. 

Apenas llegando a su casa se lavó la cara, aún quedaba un poco de ardor entre sus ojos por el gas. Tomaron una cena liviana. Cada cierto tiempo eran interrumpidas por llamadas y mensajes. 

Se sentaron para poder ver las noticias. Se enteraron de las dos muertes. Se sentían víctimas de la desgracia de hace un momento. Tras un silencio comentó su mamá. —No puede ser, no puede ser hasta dónde puede haber llegado el poder.

—Ya sabía que habrían muertos. —respondió algo triste su hija.

—Qué bien que hemos podido huir y salir. —dijo aliviada.

—Pero mamá eso no es bueno. Hay dos víctimas, que pudieron haber sido más.


Comentarios